Mi formación inicial como abogada quizás encarnó mi pretensión de seguridad y previsión: un sistema en el cual toda causa tenga su consecuencia predeterminada, un orden previsible que mitigue la incertidumbre propia de la existencia.
Encontrar una conclusión definitiva a mi búsqueda no sería más que una quimera, y en ese entendimiento, me propongo indagar en una dicotomía: controlar el caos y dejarlo ser. Abordo esta búsqueda a partir de la utilización y re-interpretación de recursos filosóficos-estéticos japoneses, puestos en diálogo con una mirada personal construida a partir de un paradigma de pensamiento occidental.
El agua, elemento transversal a toda mi obra, aparece representada en forma de oleaje intempestivo y también se impregna en el papel para corroer y suavizar los trazos, mientras que la vegetación y la montaña se apropian del espacio e ignoran el orden lógico impuesto por la ciencia y las convenciones. No existe la gravedad, la proporción ni la perspectiva: despliego mi propio lenguaje, desaparecen los límites racionales.
Aún teniendo la posibilidad de dominio a mi alcance en el territorio del papel, la inmensidad de su vacío me invita a componer mis paisajes de forma improvisada e instintiva. Encuentro belleza en el desconcierto, en la frontera que divide la (in)seguridad, el (des)orden, y la (im)precisión. La contradicción trasciende mi persona para introducirse en mi obra, donde el límite entre el dibujo y la biografía se diluye: el dominio consciente y meticuloso se funde con la entrega al caos y la incertidumbre.